Por Obra y Gracias de San Cayetano. Milagros

Queda comprobada la eficacia del Santo en su mediación para conseguir trabajo. En Vaqueros, todos acudieron a pedir ser el próximo gobernador de Salta. La letanía reza “¡Glorioso San Cayetano!” y en verdad hemos de reconocer que este santo tiene más habilidad que Manuel Santiago “El Indio” Godoy para reunir a la crema política de Salta, desde el cocoliche amarillo hasta un devaluado Juan Manuel Urtubey.

Sin embargo, los caminos de la fe se bifurcan entre un pueblo que con esperanzada mansedumbre acude a pedir al santo ya que ningún funcionario le ha obrado soluciones y estos dirigentes políticos que sin vergüenza alguna ocupan los primeros lugares cuales fariseos de tempos modernos. En tanto, el púlpito que debiera ser denuncia, opción preferencial por las aflicciones de los pobres, se convierte en retablo amistoso de algodonados y laudatorios conceptos hacia los poderosos.

En los últimos años ¿Cuántas veces las más altas autoridades y los políticos más destacados han acudido a honrar a San Cayetano en Vaqueros? ¡Nunca! Ha sido apenas el intendente de Vaqueros, Daniel Moreno, el que en soledad ha cumplido el oficio de viandante cívico de un pueblo olvidado por los dueños del poder.

La puesta en escena vivida en Vaqueros merecería acaso la pluma de Lope de Vega o Calderón de la Barca en un confuso revival del “Alcalde de Zalamea” donde lucen hidalgos y villanos, damas donosas y mujeres ataviadas de silicona, curas imponderables y oficiantes al “uso nostro”, todo sazonado con liturgias complacientes y público devoto.

Este sainete que hubiera merecido los acordes de una ópera bufa del gran Amadeus fue inaugurado con la llegada del bífido candidato a senador nacional y gobernador, Sergio “Oso” Leavy, quien muy resuelto ganó las primeras ubicaciones.

Acto seguido arribó un impecable Miguel Isa seguido por el crédito local vaquereño de la izquierda revolucionaria y pituca, Tane Da Souza Correa, ataviado a la usanza capitalista quien mantuvo estoica pose de creyente, en tanto el espíritu de Lenín se revolcaba en su tumba ante tremenda felonía.

Iniciado que fuera el oficio por el cura párroco de la localidad -mentado como hábil tejedor en materia de intrigas gubernativas, sibilino operador de la Palabra y generoso dispensador de bendiciones y riego de agua bendita- arribó el aún gobernador, Juan Manuel Urtubey, a quien aguardaba un comité de recepción encabezado por el intendente Moreno, la fallida candidata “U” y todavía senadora, Silvina Abilés y algunos comedidos de ocasión. Como un pío creyente Urtubey cumplió con el rito de inclinar la cabezas ante un San Cayetano que fijamente lo mirada como inquiriéndole: “¿Y para cuándo la realización de la esperanza?”.

La nota de color –propiamente dicha- la puso el neo pastor, Alfredo Olmedo quien arribó en su vehículo amarillo ploteado a paso muy lento, casi intimidatorio. De la calabaza japonesa descendió el binario “Olmedo-Nanni”, uno pastor y el otro oveja del primero. Si acaso la provincia quedara en semejantes manos, la Ínsula Barataria del Quijote sería una potencia al lado de lo que quedaría convertido esto.

En algún momento, nadie sabe cómo, lo mismo que el duende que aparece subrepticiamente bajo la higuera, se halló en la primera fila de los suplicantes al aspirante a gobernador, Gustavo Ruberto Sáenz, ataviado en traje de domingo, más preocupado en mirar a quien saludar que en escuchar la cadencia de la homilía… quizás también, porque no había nada que escuchar.

Porque si de homilía hablamos, aquél era el momento, sino para dar con el “Malleus Maleficarum” por la testa de los impíos, si al menos de pontificar ante toda la pandilla gobernante sobre las urgentes cuestiones sociales que afligen a ese pueblo presente que ha perdido su trabajo y tiene cada vez más escaso el pan. Era el momento de tallarles temas como la marginación que provoca la pobreza, el penoso nivel académico, el deterioro de la salud, la honestidad de los procedimientos y así una larga lista de padecimientos que vive la salteñidad, pero no. Apenas una anodina monserga divagante e inconsistente.

Espeluznante momento fue cuando el clérigo invitara a cruzar el saludo de la paz y tirios y troyanos ensayaron sus mejores gestos para montar una oda a la hipocresía: Miguel Isa y Sergio Leavy cruzándose en un beso que ni el mismo Judas podría haber ejecutado; más allá Juan Manuel Urtubey se agachaba para palmear a un Gustavo Sáenz, mientras Alfredo Olmedo, cual bíblico San Pablo se hacía “todo con todos”.

Tal vez vuelvan a transcurrir algunos años más antes de que tan selecto linaje político regrese al pueblo de Vaqueros para honrar a San Cayetano, o quizás para cumplir con aquella sentencia de Enrique IV de Navarra: “París bien vale una misa”.

Por: Safio Falzone

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