El clima político se reposiciona nuevamente en el país y, de a poco, los argentinos tendremos que asimilar, con sus virtudes y defectos, un proceso electoral que saludablemente llegará a través de las elecciones generales previstas para octubre. El 27 es la fecha señalada; se elegirá presidente, vice y legisladores nacionales.
Los comicios provinciales, donde se renovarán bancas legislativas, intendencias y gobernaciones, están enmarcados por un calendario que en algunas provincias se desdobló, alejándose de los comicios nacionales en una abierta estrategia para no quedar “pegados” a los resultados de la elección presidencial.
En Buenos Aires, distrito clave por su peso electoral, se debate por estas horas la posibilidad de desdoblamiento no solo de las elecciones provinciales, sino también de las municipales, con lo cual queda en evidencia la enorme puja política que subyace en los distritos bonaerenses donde el macrismo y el kirchnerismo se adueñaron de la intención de voto. ¿Se polarizó la elección? Es muy temprano para asegurarlo, pero todo indica que se transita por ese camino.
Mal que le pese a muchos, las próximas elecciones no dejan demasiado campo de acción fuera de estas dos corrientes. La teoría del “tercer león” ha animado a algunos a autopostularse como redentores, salvadores de la grieta y alternativa válida para ocupar el sillón de Rivadavia, pero hasta el momento solo aparecen como charlatanes de otra vía, aunque supieron agitar emocionados las banderas kirchneristas primero, para luego convertirse en macristas a ultranza.
Es que a pesar de que en esta oportunidad las elecciones se anticipan con variables intensas, en el fondo la discusión sigue girando en base a la misma grieta de hace cuatro años, cuando dos modelos políticos antagónicos de principio a fin confrontaron y chocaron de frente a 120 kilómetros por hora. Y las heridas están lejos de cerrarse.
Este escenario posiciona nuevamente a los municipios como bastiones inmediatos y al mismo tiempo como modelos de ensayo para la prueba final de octubre. Solo por eso en el conurbano bonaerense, que contiene al 25% del padrón electoral del país, plantean desdoblar los comicios municipales, mientras los candidatos a intendentes se ponen en la primera línea de largada.
En la aldea
Ese panorama no pasa desapercibido en Salta, donde se aguardan definiciones de Gustavo Saenz quien aún no sabe si quedarse otros 4 años o partir de la municipalidad capitalina para aventurarse en el sueño de la gobernación.
Hasta hace poco se lo escuchaba muy decidido y resuelto a buscar el destino del Gran Bourg, pero quienes lo rodean y lo frecuentan a la hora de las decisiones políticas aseguran que “ahora no hay nada seguro” sobre las aspiraciones del extrovertido jefe comunal salteño.
Pero sea cual fuere su determinación, Saenz habrá cumplido con la gente que lo votó. Se postuló para intendente, dio el batacazo en la ciudad y cumplió con los cuatro años de mandato en el cargo para el que fue elegido. Nadie podrá reprocharle al folclórico alcalde, una cuota de coherencia y ética, al menos en esta parte de su carrera política, lo que deja al descubierto y mostrando las hilachas a los posibles sucesores, que solo piensan en escalar sus propias ambiciones, olvidando el sagrado mandato popular.
Son varios los que ya se anotaron para el despacho de Moldes, pero no todos tienen legitimidad en su intención. Y hay que recordar que lo legal y políticamente correcto no siempre es legítimo y honesto ante la gente.
Para el caso, Martín Grande y Andres Suriani, solo por mencionar dos ejemplos, no esperaron definiciones y se pusieron en la línea de largada, sin tener en cuenta si quiera que la gente los eligió para otra cosa.
Tanto Grande como Suariani están en la mitad del período en el cargo para el que fueron elegidos; la gente les dio un mandato para diputado nacional y provincial respectivamente por cuatro años, pero a ellos parece no importarles demasiado. Si se presentan como candidatos a intendente, no solo estarían rompiendo el contrato social, sino que cometerían una defraudación al electorado que debe sufrir subestimaciones y manoseos en cada campaña electoral. La legitimidad se construye con la confianza de la gente y el compromiso de los políticos.