Quiero agradecer realmente, y no lo digo por protocolo. Me halaga que hayan tenido la consideración de invitarme a hablar a este acto íntimo y trascendental. No por el acto en sí, sino por lo que venimos a evocar y elegimos recordar.
Hace 30 años fallecía en un trágico accidente uno de los mejores gobernadores de la provincia de Salta, don Roberto Romero. Aquella muerte injusta y temprana enlutó a toda una sociedad que había recuperado con él la democracia y la esperanza de vivir un poco mejor cada día.
No voy a hablar de sus méritos como empresario, este lugar en el que hoy estamos presentes (el Complejo Editorial del diario El Tribuno) lo grafica perfectamente. Tampoco voy a hablar de su pasión por el deporte, ni de la presidencia de Central Norte que luego me tocó heredar.
Tampoco voy a contar ninguna novedad recordando que a lo
largo de mi carrera política más de una vez me tocó ser adversario de Romero. Muchas veces nos enfrentaron las rencillas internas del gran
movimiento peronista, pero fueron más las oportunidades en las
que primaron los consensos por encima de los debates de la política doméstica.
Las personas son más lo que hacen que lo que dicen, y hay tres acciones que creo valen la pena mencionar.
La integración independiente, plural y democrática de lo que fue una excelente Corte de Justicia durante los primeros meses de su Gobierno, dejando atrás la injusticia de la Dictadura.
La reforma de una Constitución que ampliaba derechos e incluía instituciones modernas para el Estado, federal, con perspectiva social y equilibrio de poder. Ese mismo espíritu republicano es el que tiene la reforma que impulsamos el año pasado con el gobernador Sáenz.
La donación de la casa que compartía con su compañera, Elena di Gangi, que se materializó tras su muerte hace algunos pocos meses. 30 años después de su fallecimiento, con la bandera argentina y salteña flameando en esa bella casa ubicada en Deán Funes y Entre Ríos que ahora es patrimonio de todos los salteños, Romerto Romero sigue demostrando ser un dirigente que honraba el valor de la palabra.
Nunca olvidaremos los hombres y mujeres de nuestra generación cuando todos juntos, desde todos los partidos políticos, salimos a defender la democracia alcanzada en el '83 con Raúl Alfonsín en el país y Roberto Romero en la provincia. Durante los días turbulentos de Semana Santa del '87 hicimos una gran vigilia en la Legislatura y en la Casa de Gobierno, que por entonces estaba frente a la Plaza 9 de Julio. Ninguna aventura militar derrocaría nuevamente las ilusiones de millones de argentinos.
Todos saben que Roberto Romero es uno de los impulsores fundacionales del Norte Grande. Quiero contarles que este fin de semana estuve en Misiones junto al gobernador Gustavo Sáenz, trabajando justamente en el Consejo Regional del Norte Grande que afortunadamente lograron reflotar el año pasado los 10 gobernadores del NOA y NEA.
Un ejemplo de la vigencia que tiene el ex gobernador salteño: Sin exagerar, no hay mesa de trabajo en la que no se lo recuerde por sus ideas y sus proyectos. Corredor biocéanico, turismo, agroindustria, transporte, tarifas, canalización del Bermejo, minería, etc... Él peleaba hace más de 30 años por lo que nosotros seguimos peleando ahora.
Demostró a lo largo de su vida que nuestra provincia no tenía techo para crecer si se trazaban objetivos claros, si compartíamos sueños lo suficientemente grandes como para transformar nuestra tierra en un lugar más digno para todos los salteños.
Y me parece importante en este punto señalar lo siguiente: Romero fue un político imprescindible. En tiempos en los que se
denota la actividad política por sus malos representantes, es aún
más importante revalorizar las figuras de los que sirven a las convicciones y a las ideas.
El ex gobernador podía sintetizar dos virtudes muy valiosas en su rol de gobernante: tenía sensibilidad y tenía visión.
Tenía la sensibilidad para empatizar con los sectores más desprotegidos y
llevar adelante políticas directas de inclusión hasta en los lugares más alejados de la provincia. Era sin dudas un gobernador muy
popular, pero además un estadista.
Roberto Romero tenía la capacidad intelectual de detectar y anticipar los problemas de fondo y proyectar soluciones
integrales para el mediano y largo plazo.
Era un pensador: además de las urgencias, sabía que la
verdadera justicia social y la igualdad de oportunidades llegaría con el desarrollo productivo e industrial de la provincia.
En estos tiempos de descreimiento, en estos tiempos de individualismo, en estos tiempos de apatía hacia la política es importante, pero sobre todo necesario, recordar a los hombres como Romero.
Roberto Romero fue y es de esos hombres fundamentales para cualquier sociedad. Tenaz y competitivo, siempre fue detrás de la excelencia, ya sea desde su actividad privada como empresario destacado y exitoso, como así también desde la política, como gobernador, plantando banderas de justicia social a su paso, dejando huellas y trazando un futuro de grandeza para todos los salteños.
La sencillez tal vez haya sido su mayor fortaleza, lo que le permitió tener contacto con los más humildes de manera directa, sin intermediario. Su inteligencia y sentido de la oportunidad lo sentó al lado de los dirigentes más brillantes de este país, quienes supieron valorar sus dotes de líder popular.
Para terminar, quiero decir algo que debería ser obvio, pero no lo es: Roberto Romero fue un político que hizo política para transformar la realidad, a diferencia de muchos otros, no le interesaba la política como herramienta para el ascenso social o económico personal. Por el contrario, fue audaz y enfrentó al statu quo de una provincia que muchas veces, históricamente, les dio la espalda a los sectores populares.
Sin dudas, a 30 años de su muerte, puedo afirmar que Roberto Romero no vivió para que su nombre se perpetúe en el bronce lúgubre de la historia, vivió para que su legado acompañe la vibrante y optimista marcha hacia el desarrollo de una sociedad más justa, libre e igualitaria.
Vice Gobernador Antonio Oscar Maracco