Es difícil sustraerse de la propia historia. En el periodismo, oficio o profesión -como fuera- es todo pasión.
Conocí de muy chico lo que era un diario. Sus protagonistas, sus secciones. La redacción, la administración, el taller. Vuelo y revuelo de información, datos, primicias, mentiras -no como las de ahora- siempre incomprobables y por eso despreciables.
El viejo diario Norte de la calle Deán Funes donde mi padre Juan Emilio trabajaba. Lugar de ideas y de principios que se reflejaban en las páginas con un pulso cotidiano desafiante. La historia y continuidad del medio no pudo sostenerse por muchas razones, pero será tarea de otro momento contarlo.
Luego conocí "El Intransigente", vaya nombre. ¡Qué falta de esa mirada por estos tiempos! Ahí fue otra cosa, un aprendizaje de vida. Conocí al Dr. Demetrio Jorge Herrera, médico, jefe de deportes, senador provincial, un señor de la vida. Allí fuimos unos chicos sus cronistas volantes. Un papel sobrante de las bobinas, un lápiz y un reloj prestado, los elementos de aquel periodismo romántico y de ilusiones. Los datos, lo más certeros posibles, allí en el propio campo de juego -la recomendación- las formaciones, los árbitros, las incidencias. Luego, en la redacción, la explicación a don Demetrio que la convertía en noticia. Uno, dos meses, hasta que ocurrió el pase: “La Olivetti o la Remington es toda suya”, nos dijo, y allí aparecieron los primeros picoteos en su teclado.
Así me fui acostumbrando a conocer el mundo de la información o de la noticia, a conocer a los periodistas. Al Flaco Santagada, Víctor Abán (qué pluma, mi Dios), el tucumano Ruíz, Antonio y Oscar Nella Castro, Edy Outes, mi viejo y mi hermano Juan Carlos -exigente al mango-, las Ruedas de Café de don Luis Victorio Giacosa, el fotógrafo Dubus, y nuestro querido Néstor Salvador Quintana.
Allí apareció en mi vida la Teletipo, sus agencias de noticias AP y UPI. Corresponsalía Saporiti con su dicho “Saporiti nunca se equivoca”. Un nuevo mundo para el conocimiento y la información. Sobre todo para la formación. Empezaba a entender que había algo más que el reportaje, la escritura y las notas. Luego Tucumán: colaboraciones, reemplazos y estudiar. De vuelta en Salta a El Tribuno, en Zuviría 20, a la corrección de pruebas del profesor García (¡qué aprendizaje!) y otra vez con periodistas: Luciano Tanto, Lucio Paz, Mario Ríos y su genial “Entre Bambalinas”, el Gallego Zamora. Luego la política mezclada con el periodismo con la decisión de mis hermanos Lucho y Ricardo de hacer una revista política. Así nació Noticias, (de Salta, la aclaración). Fue una aventura fantástica, con el caballo Federico Espinosa, Carlos Pastrana, Verónica Aguirre, el perro Del Cerro haciendo cultura, otra de sus grandes pasiones. Para empezar a buscarle una salida al semanario, le plantee a Rafael Morales My y a Andrés Desimone, hacer un vespertino que por esos tiempos le vendría muy bien a Salta. Embarcados ya con Dinar Líneas Aéreas, llegué tarde. Pero gustaba la idea. Luego la vuelta a Tucumán a dirigir LV12. ¡Qué radio! Una AM potente, de extraordinario alcance, en el 590 del dial que peleaba en Rafaela con Radio Continental que tenía la misma frecuencia, y que llegaba hasta Humahuaca. Allí conocí a Luis Rey, periodista deportivo, un ser extraordinario. A Osvaldo Masini, historia viva de la locución tucumana. Fueron momentos y pasos de la vida.
De vuelta en Salta, me hice un corto tiempo cargo del diario Medio Día, una publicación gráfica en la que ayudó mucho Bernardo Rabinowicz y que sirvió como una buena experiencia.
Mi hermano Lucho me presentó a Juan Manuel Suffloni, santiagueño, periodista y peronista; éste, a un joven de apellido Molina, “Fredy”, medio difícil llamarlo por su nombre Frederic. Conversamos, titular de un vespertino, La Tarde en Santiago del Estero, y emprendimos Punto Uno.
Somos conscientes que es un momento especial de la prensa gráfica. La tecnología revolucionó la información con los medios audiovisuales y digitales, pero creo que la palabra impresa es el documento de las sociedades. Jorge Villazón y Andrés Mendieta cuentan esta historia. Cumplimos 4000 números y así se los ofrecemos. Usted se preguntará si me imaginé un diario propio, le contesto que no. ¿Si lo quise? Sí. Acá estoy intentando siempre mejorar.
Por Antonio Marocco